11.
Lejos… En el mismo momento en que Caitlin se quedó sola, eso fue todo en lo que pudo pensar, en poder irse lejos. Más allá de eso, nada importaba. Ni cómo regresaría al pueblo sin un caballo. Ni cómo encontraría el camino en la oscuridad. Ni cómo rescataría sus posesiones. Nada importaba salvo poner tanta distancia entre Ace Keegan y ella como fuera posible.
Así que quería que confiara en él, ¿verdad? Cada vez que Caitlin pensaba en lo que le había dicho, casi estallaba a reír histéricamente. ¿Qué mejor manera de conocerse que compartiendo una cama? ¿Exactamente a quién pensaba que estaba engañando? Realmente no era tan ingenua, afortunadamente. Sabía todo lo que necesitaba saber sobre él, y por extensión, sobre cualquier hombre.
No confiaba en Ace Keegan más de lo que podía rechazarlo, lo que era prácticamente nada. ¿En cuanto a que él no la lastimaría? Lo creería cuando lo viera.
Después de llevar sus bolsas al dormitorio, Keegan se había excusado para ir afuera y traer adentro algo de leña del montón de madera que había visto enfrente. Podía oírlo allí ahora, los leños siendo partidos mientras reunía una carga. De un momento a otro regresaría, y entonces su oportunidad de huir se perdería. Tenía que actuar rápido.
Dejando sus bolsas donde él las había colocado, en la cama de coloridos drapeados, se apresuró salir del bien iluminado dormitorio. Después de cerrar la puerta detrás de ella, caminó a lo largo del corredor oscuro, su mirada ansiosa fija en la luz dorada de la lámpara encendida delante de ella. Oh, por favor, Dios. Todo lo que necesitaba era un par de minutos. Sólo un par de minutos, y lograría salir de allí.
Con un poco de suerte, Keegan vería cerrada la puerta del dormitorio cuando regresara y pensaría que se estaba poniendo su ropa de dormir. Si fuera un caballero y decidiera permitirle un poco de privacidad, eso le compraría algunos minutos. No es que fuera lo bastante tonta como para creer que él era todo un caballero, ni nada parecido. Pero, quizás… se esforzara por portarse lo mejor posible durante un rato, Dios quisiera, aunque solo fuera para poder engatusarla para que confiara en él.
Antes, cuando le había mostrado la casa, había visto una puerta trasera en la cocina que conducía al exterior. Si saliera por allí, no la vería desde el frente. Si las cosas fueran bien, estaría a una milla de distancia antes de que él se diera cuenta de que se había ido. Sería difícil rastrearla hasta el amanecer, y para cuando la encontrara por la mañana, ya tendría los procedimientos de la anulación bien encaminados.
Un golpe repentino detuvo su avance hacia el corredor. No estaba segura de donde se había originado el sonido. Contuvo el aliento, la mirada fija en la sala de estar adelante de ella. Desde su posición, todo lo que podía ver era la mesa y el fogón más allá de ella. Seguramente, si Keegan hubiera entrado en la habitación, al menos vería su sombra.
Después de esperar lo que pareció una eternidad, avanzó un paso, entonces vaciló, medio esperando a que él entrara en su campo visual. Cuando nada ocurrió, dio varios pasos más. La mesa estaba sólo algunos metros de distancia, pero parecieron un kilómetro.
Para su alivio, no había nadie en el área principal. Se imaginó que Keegan había decidido acarrear varias cargas de madera hasta el porche antes de regresar dentro a preparar un fuego. Bien.
Vacilando sólo el tiempo suficiente para tomar una bocanada de aire, corrió a la cocina. El olor a frijoles y pan de maíz la rodearon mientras se acercaba a la estufa. Se imaginó a él y sus hermanos comiendo tazones de frijoles mientras conversaban. Pronto regresarían, y no tendría una posibilidad de esfumarse sin que alguno de ellos lo notara. Ante ese pensamiento, un sudor húmedo y pegajoso brotó sobre todo su cuerpo. Oh, Dios.
El tirador nuevo de latón de la puerta posterior reflejaba la luz de la lámpara, atrayéndola como un faro. No aminoró el paso hasta que su mano se cerró sobre él. Entonces, con un giro duro, descubrió que la puerta había sido asegurada con un cerrojo.
Frenética, sus dedos torpes por la urgencia, luchó por abrir la puerta. En cualquier momento, Keegan podría regresar dentro. ¡Condenación! Con un sollozo frustrado, Caitlin sacudió el perno con toda su fuerza. Con una rapidez que la sorprendió, la barra de metal finalmente se liberó de su hueco.
Tan aliviada que casi lloró, abrió la puerta completamente. Se quedó sin respiración en un grito ahogado en el mismo momento en que salía. No había porche. Ese fue el único pensamiento que su cerebro tuvo tiempo de asimilar. Entonces cayó. Aunque intentó desesperadamente reprimirlo, un grito se arrancó de su garganta.
Ace acababa de recoger una tercera brazada de madera cuando oyó un grito ahogado. Podría haber sido un puma. A veces los pumas grandes sonaban como una mujer gritando. Pero nunca había oído un sonido realmente como ese.
Preocupado, dejó caer la brazada de leña y se apresuró a rodear el costado de la casa. Para su asombro, encontró a su novia yaciendo justo debajo de la puerta trasera, su forma arrugada iluminada por un rayo de luz que salía de la casa. Incluso en las sombras, podía ver su boca abriéndose por aire como el de un pez fuera del agua.
Ace corrió hacia ella. En preparación para las grandes nevadas del invierno, había construido la casa sobre unos cimientos altos, así que ella no había caído de poca altura. Como no había construido un porche todavía, había echado el cerrojo en la puerta posterior como una medida de seguridad. Siendo ciega de noche como era, Caitlin claramente no había visto la altura antes de salir.
—Dios santo, Caitlin. ¿Estás bien?
Por supuesto, no estaba bien. Cualquier idiota podría haber sabido eso. Obviamente había estado intentando escapar y se hubiera ido hacía mucho si no se hubiera caído.
Con el corazón preso del miedo, se dejó caer sobre una rodilla al lado de ella. Ella yacía en medio de los fragmentos de leña como una muñeca rota, los ojos desorbitados y la boca abierta. Por la manera en la que su pecho seguía contraído, dedujo que el aire se le había extraído de golpe.
—Tranquila, cariño. Cálmate. Sólo intenta relajarte.
Ace presionó una mano en su diafragma, sintió las ballenas de su corsé, y contuvo una maldición. Él colocó un brazo bajo sus hombros y cuidadosamente la sentó. Su cuerpo convulsionaba con sus esfuerzos inútiles por respirar.
—Calma, querida. Simplemente no te esfuerces. El aire salió de golpe de ti, eso es todo.
Mientras hablaba, Ace la observaba con preocupación. Su vestido estaba rasgado en el hombro, y podía ver carne raspada debajo del desgarrón. En el mejor de los casos, debía estar amoratada. En el peor… Dios, odiaba pensarlo. Y como un maldito idiota, la estaba moviendo de un lado a otro. ¿Qué pasaría si tenía una pierna o brazo roto? O, Dios no lo quiera, una costilla fracturada. Podría perforar uno de sus pulmones.
Usualmente, mantenía la calma ante cualquier crisis, por eso era extraño el pánico que Ace sentía en esos momentos. Con tres hermanos menores peleones, le había tocado representar el papel de niñera más veces que las que podría acordarse. Sin embargo, Caitlin no era uno de sus hermanos. Ni siquiera era tan fuerte como Edén, su hermana menor. Pensaren ella cayendo desde semejante altura y aterrizando en un montón de madera afilada le hicieron sentir mal.
Con manos temblorosas, recorrió sus delgados brazos. Parecía palillos. Pequeñas ramitas quebradizas. Nunca había sentido un codo con tantos huesos. El alivio lo atravesó cuando no descubrió nada roto.
Sus pulmones silbaron mientras ella agarraba aire con poco éxito. Con un barrido de su brazo, quitó algunas de las tablas y la acomodó suavemente de espaldas.
—Sólo relájate —la apremió suavemente—. Tómalo con calma. Vendrá, querida. Sólo relájate.
Habiendo perdido el aire de golpe más de una vez, Ace sabía que relajarse era más fácil de decir que de hacer. Cuando una persona no podía respirar, instintivamente entraba en pánico y luchaba por oxígeno. Desafortunadamente, también sabía que cuanto más luchara, más se negarían sus pulmones a funcionar.
Después de un examen superficial, y estando razonablemente seguro de que no tenía fracturas en la parte superior de su torso, puso a trabajar sus manos masajeando sus hombros y sus brazos, esperando ayudarla a relajarse. Pasó lo que pareció una eternidad antes de que, finalmente, sintiera su pecho expandirse.
Inconsciente de que había estado conteniendo su propio aliento, Ace inhaló una bocanada de aire con ella.
—Ahí está, buena chica. Tranquila ahora. Respira despacio.
Sus pulmones silbaron y se contrajeron otra vez. Entonces, después de un sólo momento, pudo tomar otra respiración profunda. La tensión inmediatamente abandonó sus estrechos hombros, donde sus manos estaban aferradas. Maldita sea. Mañana la pobre chica probablemente tendría magulladuras por todos lados por la fuerza con que la estaba agarrando.
—Otro aliento —la animó—. Lento y fácil. Sólo deja que tu cuerpo se encargue —Observó ansiosamente como luchaba por hacer que sus pulmones funcionaran correctamente otra vez—. Así, esa es la manera.
Ella se estremeció. ¿Era alivio porque finalmente podía respirar o porque la estaba tocando? Apoyó una pequeña mano sobre sus costillas y dejó pasar los segundos, sólo haciendo trabajara sus pulmones.
Ace se apoyó en los talones para darle espacio, el espacio que sentía que ella necesitaba casi desesperadamente. La culpabilidad comenzó a atormentarle. Esto era enteramente culpa suya. Había sabido cuándo la dejó que estaba sintiéndose atrapada. Si hubiera usado la cabeza, no le habría dado ninguna oportunidad para huir.
—No hay porche — dijo ella finalmente, con voz ronca.
Él recorrió con la mirada la abismal distancia por encima de ellos. Casi dos metros de altura, aunque para el caso, como si hubiese una pulgada. Maldito todo el infierno. Siguiendo el ejemplo de ella, se concentró en respirar. Para calmarse. Alejar la sensación de debilidad que había atacado sus piernas. En algún punto durante esta noche sus sentimientos hacia esta chica se habían metido en un enredo imposible. Las emociones que se agitaban dentro de él eran tan desconcertantes como difíciles de identificar. Sólo sabía que verla yaciendo allí lo había asustado de muerte.
Frotando una callosa palma sobre su cara, pestañeó y se centró en la situación. Entonces se inclinó sobre ella.
—Evaluemos el daño ¿vale?
Ella hizo un sonido inarticulado mientras él introducía las manos bajo su falda. Se dio cuenta de que no era exactamente lo más aconsejable para sus nervios. ¿Pero de que otra forma vería si se había roto una pierna? Como la mayoría de las mujeres, estaba cubierta con varias capas, y no tenía esperanza de averiguar mucho hasta que no hubiera prescindido de alguna de ellas.
Las puntas de sus dedos acariciaron un frágil tobillo enfundado en algodón reforzado, luego una pantorrilla bien formada cubierta con bombacho de algodón. Una rodilla con hoyuelos. Un muslo sedoso. Cuando llevó su mano más allá de las capas de algodón a la abertura en sus calzones, ella saltó como un conejo aterrado con una pata cogida en una trampa. Sus tripas se anudaron.
—Cálmate, cariño. Está bien. Seguro de que tu pierna izquierda estaba razonablemente intacta —Ace fijó su atención en la derecha. Mientras tocaba suavemente la red de huesos en su pequeño pie, agregó—: Grita si te duele algo —Colocó una mano en su pecho cuando ella intentó enderezarse—. Maldita sea, Caitlin, estate quieta. Podrías tener una costilla rota.
—No la tengo —protestó débilmente. Cuando su mano se curvó sobre su rodilla, brinco otra vez —¡Sr. Keegan!
—Dije quédate quieta —Su mano ascendió por su muslo, clavando metódicamente los dedos en la carne satinada, buscando cualquier anormalidad en su fémur. Para su alivio, el hueso estaba intacto. Cuando sus nudillos rozaron un suave nido de rizos, fue su turno de brincar. Sacó la mano de debajo de su falda inmediatamente, el dorso de sus dedos ardiendo como si hubiera tocado una brasa.
—Bien —dijo con una voz extrañamente ronca—, ningún hueso parece roto. No de la cintura para abajo, en cualquier caso.
Ella quitó la mano de su pecho y se levantó sobre sus codos.
—Ningún hueso está roto en ninguna parte.
Temía que ella pudiera no saber si un hueso estaba roto. Con un daño severo, el shock a menudo ocultaba el dolor.
—Tienes suerte de que no te fracturaras tu tonto y pequeño cuello —Se le ocurrió que no la había revisado allí. Cuando se estiró para hacerlo, ella se movió a un lado y levantó una mano detener su tanteo—. Caitlin, por el amor de Dios.
—¿Quitaría por favor sus manos de mí? —dijo con voz aguda—. Estoy bien, ya se lo he dicho.
Eso está por verse.
—Entremos en la casa.
Sin darle tiempo de protestar, Ace colocó una mano bajo sus rodillas y la agarró alrededor de los hombros con su otro brazo. Se sorprendió un poco por lo fácilmente que pudo ponerse de pie soportando su peso. Mientras la empujaba en su abrazo para conseguir un agarre seguro, hizo una nota mental de que su primera disposición como su marido sería poner algo de carne en sus huesos.
—Puedo caminar, Sr. Keegan! Por favor, póngame en el suelo.
—Te pondré en el suelo cuando estés condenadamente preparada, y no antes —se dirigió hacia la puerta principal—. Maldita sea, deja de retorcerte. ¿Quieres que te deje caer?
Eso captó su atención. Dejó de retorcerse, aunque ella parecía tener un problema sobre dónde poner sus brazos. Uno alrededor de su cuello le facilitaría las cosas, pero ella parecía reacia a tocarlo. Sin estar del todo seguro de qué lo poseyó, fingió perder el agarre sobre ella. Ante el descenso hacia abajo, ella chilló y se agarró a su cuello.
Devorando la distancia con largas zancadas, llegó al porche , subió los escalones de dos en dos, las tablas resonando con cada impacto de sus botas. Doblando las rodillas, logró girar la manija de la puerta con una mano. Mientras el picaporte se liberaba, le dio al sólido panel de roble una patada y abrió con un golpe.
Se dirigió en línea recta hacia la mesa y la depositó suavemente en un extremo. Sus pequeños pies buscaron apoyarse en el banco. Inmediatamente, se inclinó hacia adelante para bajar su falda y arreglar los pliegues remilgadamente alrededor de sus tobillos. Lo irritó hasta el infierno que pareciera más preocupada por la modestia que por la extensión de sus lesiones.
Apretó los dientes para contenerse de maldecir. Ahora que tenía buena luz, podía ver la sangre rezumando de un corte en su sien. Su hombro no estaba en mucha mejor forma, había un desgarro en su falda lo que indicaba que ella probablemente tenía cortes en su cadera también.
—Jesucristo.
Dio un paso alrededor del extremo de la mesa para examinar su espalda. Su vestido rosado estaba manchado aquí y allá de carmesí. Los malditos clavos la habían apuñalado. Silenciosamente prometiendo sacar una tira de Esa por no clavetear todas las puntas, como se le había instruido hacer, Ace se acercó para levantar el rizado pelo de Caitlin y poder evaluar mejor el daño. No iba a morir desangrada, eso era lo mejor que podía decir. Afortunadamente, todos los clavos estaban recién comprados y no habían sido expuestos a los elementos por el tiempo suficiente como para oxidarse.
Preparándose para resistir la batalla que era seguro que vendría, la dejó para cerrar ambas puertas y cerrar las cortinas sobre las ventanas delanteras. Por si acaso sus hermanos volvieran a casa temprano, no quería que cualquiera de ellos se asomara hasta que este pequeño negocio estuviera concluido. Mientras caminaba de regreso a la mesa de camino a la cocina, reparó en que Caitlin estaba tratando afanosamente de reparar el daño a su vestido, aparentemente preocupada de que su hombro estuviera expuesto.
Apretó los dientes. Tanto si le gustaba como si no, mucho más que su hombro estaba a punto de ser descubierto. No estaba dispuesto a perderla por una infección solo para ahorrarla algunos minutos de vergüenza.
Rebuscó en los armarios de la cocina hasta que encontró el whisky y algunos trapos limpios. Ella le miró de reojo mientras regresaba. Evitando su mirada cautelosa, colocó la jarra y los trapos en la mesa detrás de ella, entonces sacó su cuchillo de la vaina en su cinturón. Sin vacilar, ni darle tiempo de adivinar lo que pretendía hacer, cortó totalmente la parte trasera de su vestido desde el cuello hasta cintura.
—¡Que está…! —Ella jadeó y agarró frenéticamente para sostener arriba su vestido —¡Sr. Keegan!
Ace curvó los dedos sobre la parte superior de su corsé y tiró de su espalda hacia a él.
—Quédate quieta, Caitlin. No quiero herirte —Insertó la hoja bajo el borde de su blusa camisera y su corsé atado apretadamente, después de lo cual comenzó a mirar hacia abajo. Ella chilló mientras las ballenas y la tela cedieron con un chasquido—. Dije que te estés quieta. Este no es el momento para disparates.
—¡Pero… qué cree que está… oh, mi Dios!
—Tienes cortes por todo el cuerpo —dijo en tono brusco mientras empujaba el sostén y el algodón a un lado para examinar su espalda desnuda. Deslizó su cuchillo en su vaina. En su actual estado de ánimo, temía que lo hundiera directamente en su corazón si lo colocaba donde ella pudiera agarrarlo—. Alguien tiene que limpiar esto para que no agarres una infección, y ya que tú no puedes, soy el elegido.
—Pero mi ropa. ¡Usted la ha arruinado!
—Reemplazaré cada pieza dañada.
La verdad es que Ace habría preferido que se quitase la ropa por sí misma, pero dado su desconfianza hacia él, cálculo que había tantas posibilidades de eso como de una ventisca en el infierno.
Cuando tocó su piel, ella se sobresaltó y se encogió lejos de él. Sujetando una mano sobre su hombro indemne, él atrajo su espalda otra vez.
—Caitlin —dijo más suavemente—, aparentemente has malinterpretado mis intenciones. No voy a forzarte. Te doy mi palabra.
—¿No lo hará?
Ya sin temer que ella estuviera seriamente herida, Ace contuvo una sonrisa ante la incredulidad en su voz. Descorchando la jarra de whisky y agarrando el trapo, dijo,
—Raras veces pierdo el control de mis deseos más bajos sobre una mujer que está sangrando. Llámame escrupuloso si quieres, pero la vista desalienta mi ardor.
—Oh.
Aquella pequeña palabra, pronunciada con mal encubierta incertidumbre, le hizo sonreír otra vez. Por segunda vez esa noche, Ace tuvo motivo para preguntarse que tenía esta chica que le hacía sentir como… No estaba exactamente seguro de cómo lo hacía sentir. Era una especie de calor interior.
—No necesitas sonar tan decepcionada. Sin la sangre, estoy seguro de que la tuya es una espalda preciosa. Bajo otras circunstancias, indudablemente estaría abrumado.
Ella le lanzó una mirada llena a partes iguales de perplejidad y cautela. Ace dedujo por la mirada que no estaba comportándose tan monstruosamente como ella había esperado. Esa conclusión lo condujo a preguntarse exactamente qué clase de hombres había conocido la chica en su vida. Degenerados, evidentemente. No era ajeno a la depravación, creciendo como lo hizo en el puerto de San Francisco, Ace sabía que el mundo estaba lleno de toda clase de sinvergüenzas. Sólo encontraba difícil pensar cómo cualquier hombre que se llamara hombre podía mirar directamente a los luminosos ojos azules de Caitlin y aun así lastimarla.
Ya que sabía que era poco probable que pudiera continuar encubriendo la parálisis desfigurante del lado izquierdo de su boca, abandonó el intento y se permitió dirigirle lo que esperaba que fuera una sonrisa reconfortante. Su mirada inmediatamente se dirigió a sus labios.
Sus entrañas se anudaron otra vez. Su sonrisa era grotesca, lo sabía. Aun así, no podía ir por ahí con una cerilla entre sus dientes constantemente para camuflar el desperfecto.
Arrastrando su mirada en la de ella, se concentró en dar toques ligeros en una herida. Ella siseó el aire a través de sus dientes ante el pinchazo repentino del alcohol.
—Lo siento. Sé que duele como el diablo —tragó y miró hacia arriba otra vez. Ella estaba estirando el cuello para mirar hacia atrás, su pequeña cara un óvalo ceniciento sobre el vestido roto—. Estoy seguro de que estás preguntándote lo que le ocurrió a mi cara —dijo con una indiferencia que estaba muy lejos de sentir—, así que pondré a descansar tu curiosidad. Cuando era un niño, fui herido con una culata de rifle. El golpe abrió un corte a mi mejilla, hizo pedazos el hueso, y dañó una parte de los nervios. Mi mejilla y la comisura izquierda de mi boca están paralizadas.
Incluso tan asustada como estaba, Caitlin no podía confundir el dolor y la humillación que escuchó en su voz, y por un momento, ella se olvidó todo. Obviamente pensaba que lo encontraba feo, lo que estaba muy lejos de la verdad. En su opinión, la cicatriz a lo largo de su pómulo dotaba a sus cinceladas facciones de una oscura belleza y su sonrisa torcida, era sumamente atractiva.
Mirándolo fijamente, encontraba difícil de creer que las mujeres no revolotearan encima de él con bastante regularidad. Su sonrisa era suficiente para que incluso a ella se sintiera atraída, y eso, era mucho decir.
Su mirada se desvió de las espesas y resplandeciente ondas negras de cabello que caían sobre su frente hasta su nariz recta, pómulos altos, boca llena, y el empuje testarudo de su cuadrado maxilar. Tenía la piel del color del café fuerte con crema. Donde su cuello se separaba en su garganta, podía ver un pelaje de vello negro que ella sospechaba se desplegaba hacia abajo sobre su musculoso pecho. Las mangas de su camisa negra enrolladas hacia atrás revelaban muñecas y antebrazos bronceados , que estaban cubiertos de tendones duros y delineados con venas resaltadas.
Como si sintiera su mirada, él miró hacia arriba otra vez y sus miradas se encontraron, la suya casi desafiante. No lo bastante capaz de creer en lo que veía, Caitlin observó un rubor trepar arriba de su cuello. Verdaderamente estaba avergonzado de su cara. La comprensión la hizo mirarlo bajo una luz diferente, si no como alguien que a ella le pudiera gustar, al menos como a alguien con sentimientos.
Sin tomarse el tiempo de considerar las ramificaciones, se oyó a si misma decir:
—Usted tiene una sonrisa muy agradable, Sr. Keegan, y si alguien le dijo que esa cicatriz en su mejilla le hace menos atractivo estaba ciego o celoso.
Incluso mientras hablaba, Caitlin deseó no haber dicho las palabras. Tenía que estar mal de la cabeza para hacer una amigable apertura, especialmente una que pudiera conducirle a creer que le encontraba atractivo. Era su mayor defecto, ese… sentir lástima por cualquier persona o cosa que estuviera desvalido o sufriendo, incluyendo su gato retrasado Lucky y a los insectos desventurados que sacaba de la casa para poner en libertad.
El rubor en su cuello se hizo más profundo y se extendió a su cara. Bajando las largas y oscuras pestañas por las que Caitlin y la mayoría de sus amigas felizmente habrían matado, él pretendió estar completamente absorto en limpiar los rasguños en su espalda.
—¿Es eso un cumplido, señora Keegan?
El empleo de su nombre de casada tuvo el efecto de un puño en el estómago. Cuando sus pulmones finalmente comenzaron a funcionar adecuadamente otra vez, inhaló en un aliento tembloroso.
—No, Sr. Keegan, simplemente estaba constatando un hecho. Estoy segura de que muchas mujeres le encuentran sumamente apuesto.
—Pero no tú, por supuesto.
Sus pestañas se alzaron, sus brillantes ojos cafés sostuvieron los de ella por varios segundos interminables. Ella se sintió como un insecto fijado en terciopelo.
—No, yo no —dijo débilmente—. No es nada personal, es sólo que… — Se interrumpió, insegura de decir lo que quería decir.
—¿Sólo que tú qué? —Volvió su atención a su espalda, incendiando otro rasguño con el alcohol—. Tengo la sensación de que no te importan demasiado los hombres.
—No especialmente —admitió.
Su mirada parpadeó de regreso a la de ella.
—Supongo que será mi trabajo hacerte cambiar de opinión sobre eso, al menos en lo que me atañe. De otra manera este matrimonio nuestro será un surco difícil de cavar con el azadón.
—Lo que me lleva de regreso, a mi petición por una anulación. Nos ahorraría bastantes problemas si usted le pusiera fin a esta parodia antes de que sea muy tarde.
Su boca se torció en una esquina.
—Yo no escapo de los problemas, especialmente no cuando vienen envueltos en un paquete tan bonito —Sus ojos oscuros se encontraron con los de ella otra vez—. En cuanto a una anulación, quizá sea un tema que deberíamos discutir con más profundidad. Te consideraba una mujer que mantenía su palabra.
—Lo soy.
En el mismo momento en que habló, Caitlin vio un brillo de satisfacción aparecer en sus ojos. Se dio casi instantáneamente cuenta de que había sido engañada.
—Si es así, ¿entonces cómo es posible que intentaras huir a altas horas de la noche? —la desafió—. Corrígeme si me equivoco, pero creí oírte prometer amarme, honrarme, y obedecerme hasta que la muerte nos separe.
—No tenía alternativa. Era eso o ver que a mi hermano le disparaban.
—El por qué no importa. Lo que importa es que me diste tu palabra, y ahora la romperías sin pestañear. Según recuerdo, tu progenitor no honró su palabra, tampoco. ¿De tal padre, tal hija?
—Eso no es cierto. —El calor de la cólera corrió velozmente arriba de su cuello. Apretó los puños en su falda, esforzándose por retomar el control. Una mujer inteligente no discutía con un hombre, especialmente no cuando él sobrepasaba su peso por más de cincuenta kilos, casi cada gramo de los cuales parecían ser músculo. Ella había aprendido eso en la forma más difícil—. ¡Hay circunstancias atenuantes, y lo sabes!
—Al diablo con las circunstancias —respondió—. Tú me hiciste esos votos ante Dios, y si eres de verdad una mujer de palabra, estarás a la altura de ellos.
Caitlin sintió su pulso latiendo detrás de sus ojos. Era como si él hubiera desgarrado las capas y hubiera visto profundamente dentro de ella, como si hubiera observado y esperado para encontrar una pizca de chantaje que pudiera ejercer contra ella. Su palabra. Para ella, era todo. Durante años, había visto a su padre mentir, engañar y robar. Para su vergüenza, ella siempre había sentido que su falta de carácter era un reflejo sobre ella y su hermano. Para luchar contra eso, había hecho un voto hacía mucho tiempo. Un voto mucho más importante que los que le hizo a Ace Keegan. No ser nada parecida a Conor O'Shannessy, ni en pensamiento, palabra, o acción. En cierta forma este hombre había sentido eso, y ahora lo estaba usando contra ella.
Mezclada con su furia había una terrible impotencia, porque Caitlin comprendió que la había manipulado y hecho caer en su propia trampa, una mucho más limitante que cualquiera que él hubiera podido urdir.
Aunque sabía que no era sabio, y anticipando una buena bofetada en el mismo momento en que las palabras pasaran sus labios, ella dijo,
—Usted, señor, es un bastardo manipulador.
Preparada para un golpe, Caitlin estuvo asombrada cuando todo lo que él hizo fue arrojar hacia atrás su cabeza oscura y reírse. El sonido fue un trueno profundo, rico que la hizo bajar completamente la guardia. No sabía que era lo que le hacía tanta gracia.
—Probablemente tienes razón —dijo mientras su regocijo se apaciguaba. Su expresión no dio señal de que él le guardara alguna animosidad por haber hablado con franqueza—. Probablemente soy también el bastardo más afortunado que conocerás alguna vez —Le dirigió un guiño lento que hizo que su corazón diera un vuelco—. Simplemente considera la recompensa que consigo por mis esfuerzos, una esposa preciosa.
—¿Está tan desesperado?
Él se encogió de hombros, el gesto transmitiendo que de cualquier forma que mirara la situación, estaba satisfecho con su resultado y no estaba a favor de cambiar de idea.
—Hasta donde percibo, se me ha repartido algunas manos increíblemente afortunadas en mi vida, pero ésta las gana a todos ellas. Tanto como lamento mi comportamiento hacia ti algunas semanas antes, no lamento en absoluto como han resultado las cosas. La idea de estar casado está comenzando a gustarme, supongo.
—Éste no es un juego, Sr. Keegan. No soy la apuesta inicial en un juego de póker.
Dejando a un lado el whisky y la tela, él se enderezó y la agarro bajo la barbilla,
—Oh, sí, señora Keegan, esto es un juego. Con apuestas muy altas. Y estoy ganando —se inclinó otra vez para examinar el raspón en su hombro. Mientras arrancaba la tela, silbó a través de sus dientes—. Cuando te tropiezas, no lo haces a medias, ¿verdad?
Caitlin estaba tan molesta, que no notaba el dolor.
—No cambie de tema. Usted está retorciendo las cosas para hacerme sentir obligada a quedarme aquí…
Él arqueó una ceja oscura.
—¿Está funcionando?
Lo estaba, y ambos lo sabían. Apartó rápidamente la mirada antes de que pudiera leer la verdad en sus ojos.
—No está siendo justo.
—Por eso es que tengo tanto éxito apostando. Hago trampa.
Su estómago dio un vuelco ante la forma alegre en la que lo dijo. Claramente no tenía conciencia a la cual ella pudiera apelar.
—Por favor, intente entender. No puedo quedarme aquí.
—Oh, pero si puedes, y es más, lo harás —contestó con absoluta certeza—. Me diste tu palabra, y tengo la intención de hacerte cumplirla.
Con un tirón repentino, él tiró la tela de su vestido más abajo de su brazo. Cuando ella dio un salto , él le dirigió una mirada burlona.
—Relájate, Caitlin. Por el momento, al menos, estás perfectamente a salvo.
Ella lo dudaba. No había estado realmente segura desde el momento en el que puso los ojos en él, y si se quedaba aquí, no estaría a salvo nunca otra vez. No obstante, la había acorralado. Si huyera, estaría faltando a su palabra. No solo su palabra a él, sino, como tan ingeniosamente él había señalado, su palabra a Dios.